jueves, 18 de abril de 2013

1. Una tercera parte

Y me vuelvo a caer en tu recuerdo que me mira, desde arriba, todo negro. Como cuervos, que por mucho que no intentes criar, acabarán sacándote los ojos. Porque aún tengo guardado en mi parte trocitos de la tuya. 

Porque tenías esa ridícula manía de oler tan bien, de sonreír tan bien, de existir tan bien.

Amor, los principios siempre son difíciles, me decías. Sí, son difíciles, sobre todo si no esperas un final; si no crees que pueda existir un final. Un final que nunca llega, porque en realidad siempre ha estado allí.

Empezar algo siempre es el principio de un fin. De una ruptura, de una despedida. De un adiós esperando a pronunciarse, de una última mirada, de unos próximos besos en la mejilla. Cómo duelen esos besos dados en mal sitio. 
Tus besos tienen su sitio, y darlos fuera de los labios me parece una falta de respeto.

Si tu parte se hubiera desprendido un poquito, tan sólo una pizca más de la mía, esos besos, que no son besos, que son puñaladas, dolerían menos. Y como ya no me queda más sangre, querida, prefiero irme. Darme a otra. A otra que no conozca. Otra que invente solo para mí. Otra que no pueda besar, ni sentir, ni mentir.

Porque tu parte se quedó incrustada en la mía hace mucho tiempo, cuando solías oler tan bien. 
Porque la mía sin la tuya no era. Y la tuya, sin la mía, nunca cesó de ser.

Dejé de ser niño contigo, y eso no se lo consiento a nadie. Por eso, si me lo permites, creo que dejaré paso a una que no sea ni la tuya ni la mía. Una diferente, un contrapunto, una tercera parte.



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